lunes, 13 de diciembre de 2010

¿Y si pudieramos trascender la conciencia? Vidas paralelas, mundos fictos que parecen más reales que el sudor y la piel; la magia del sueño, sin leyes, sin estructuras.
Poder elegir entre el aquí y el ahora, permanecer en ningún lugar, saber todo sobre nada, volar por encima las nubes y por debajo el dolor, ese dolor añejo que se esconde en los más recónditos rincones del alma, que se pega como arena caliente a la deriva de un día soleado.
He visto tantos días soleados.

No aprendo. No comprendo.
Conozco a la muerte de frente, y hasta de costado.
La vida me es esquiva, no sé, no sé.
¿Cómo saber? ¿En qué punto sabes cómo se siente estar vivo?

Superación, resignación, apreciación.
Las eternas idas y vueltas, muestra de cómo pasa el tiempo por mis hombros cansados.
Hoy no estoy viva. Hoy me paseo en el limbo, ¿y qué tal?
Quiero estar donde mi alma está, quiero despertar a un sueño prolongado.
Abrir los ojos a la mentira más cierta, a mis anhelos infantiles; volver a sentir algo.

La verdad es que lo intento. Aún sin ganas, lo intento, arrastrando años de mudo aturdimiento.
Memoria de hechos que nunca llegaron a pasar, preguntas sin respuesta.
Una vida completa en borrador (guardado automáticamente), 19 años de inercia.
Ahora nada parece servir.

Saber, creer. La misma inexistencia en una ciudad aletargada.
¿El aire es menos pesado?
¿Cuántos cuerpos respiran en este instante? ¿Cuántos de ellos son eternos?
El mar implacable, un cigarro al anochecer.

Y despierto. En algún momento todos debemos despertar...

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