domingo, 19 de octubre de 2014

(Des) Construyendo Distancias

Podría pasar contigo todas las tardes que le quedan a mi vida.
Que tus dedos no suelten nunca los míos, entrelazados tiernamente en la humedad y el calor que solo el amor aguanta. Quedémonos así mejor.

jueves, 14 de agosto de 2014

Construyendo distancias.

El día en que decidió poner en funcionamiento toda la auto-ayuda que los libros infinitos le habían facilitado, no encontró más que soledad y silencio. Porque los libros no dicen que no eres un lobo y que, ciertamente, esta ciudad no es la estepa, y que 1 + 1 es dos, y que 2 sin 1 vuelve a ser 1.

Ser 1, entender que se es 1 y no 2, y que eso no es cualquier cosa. Y que si decides quedarte esperando, más vale llevar zapatos cómodos porque la fila es bien larga. 

Porque eres 1. La distancia entre 1 y 2, si te quieres poner físico, es tremenda, y si no, al menos es terrible. No puedes decidir ser 2. Así como no decides ser azul o escafandra. Y si estamos en estas convendría-convenir que no llegas a 2 si 1 no pone de su parte y coopera un poco con la tarea (que no es fácil). Pero anda y encuentra 1 que entienda que 2 no es relativo, y que una vez que es 2 ya no paras hasta que algo terrible pasa y el desmembramiento y la ausencia y los silencios y volvemos a 1.

Si lo piensas, es hasta preferible no hacerte tanto problema y no tener tantas aspiraciones algebráicas. Optar por la gramática y pasar del punto (.) a los dos puntos (:) que en realidad parecen más un capricho de estilo. Porque el punto (.) es relativamente rotundo, pero los dos puntos (:) en verdad son poco más que el flacucho que se atraganta en la presentación.

No se en verdad.

Sin mierdas de por medio, lo cierto es que salió a la calle y todavía no vuelve.
Todos muy preocupados, se agradece cualquier información.

sábado, 19 de julio de 2014

Entonces, habría que empezar por el principio:

Seguimos siendo los mismos, mirándonos al espejo en busca de algo que nos indique que hoy somos un poquito más/menos que ayer. La tarea del espejo no debe ser menospreciada.

Le temo al paso del tiempo. Me dan pánico las despedidas y nunca he sabido cómo hacer que sean definitivas (ni cuando no tienen que serlo). No quiero envejecer. No quiero despertar un día para darme cuenta de que todo lo que he vivido no alcanza para llenar el vacío que llevo en el pecho desde el día en que nací. Esa sensación de vértigo, de constante caída libre, de pérdida inminente. ¿Cómo se supone que puedes vivir si todo arde a tu al rededor? ¿Cómo mierda vives si siempre estás en la línea de partida de una carrera en la que no quieres participar? Y la carrera ni siquiera es el problema. No, el problema es que el tiro de partida nunca llega y nunca va a llegar.

Tengo que ser prudente. Siempre prudente, siempre en control. Tengo que censurarme, tengo que bajar la cabeza y seguir esperando, como todos, en la puta línea de partida.

Me convencieron de que la mejor forma de soportar la espera es ser el público, ser la tierra, ser la tiza. Ser todos y nadie al mismo tiempo. Sentirlos en la profundidad de las entrañas, saberlos, creerlos. Sin sentir ni saber ni creer nada en realidad.

Y yo decido.

Decido ignorar las heridas, aplaudir las pequeñas cosas, adormecerme en brazos de eso que tú y yo llamamos amor desde el primer día, convencerme de que así se está bien, porque así basta.

¿Basta? ¡BASTA! Basta porque suficiente y basta porque no lo tolero más y basta porque sigo tropezándome y basta porque profundidad y basta por simpleza.

Basta porque no entiendo. Basta porque ordenas y desordenas. Y no importa. No te importa. Porque en la línea de partida todos queremos ganar la carrera, y porque no somos amantes ni amigos ni hermanos; somos nosotros: agachados, tensionados y esperando.

Basta.