Es tan fácil decirlo... escribirlo, pensarlo.
Es tan endemoniadamente fácil que me asquea.
Aquí estoy, ya me ves: me he quedado sola en medio del salón.
Puedes reirte.
¿Qué pasó con esos días nublados? ¿Qué pasó con tus dedos frios entrelazados con los mios?
Delirio nocturno, condena eterna a corto plazo.
Azul infinito, una continuación macabra de idas y venidas entre pellizcos y pelusas.
Ligero olor a olvido presunto, risas.
Recostarme un segundo por siempre, de costado, sobre el pasto húmedo.
Ratitas invisibles que juegan entre los árboles.
Besos exiliados. Fugitivos.
Buscando en cada rostro un pedacito de tu sonrisa, una posibilidad abierta.
Incoherencias mágicas. Quiero embriagarme con esa magia, no saber más de ausencias.
Encontrarte en otros ojos, en otros labios.
Encontrarte en tu opuesto, en mi reflejo, en las vitrinas sucias, en la lluvia.
Y estas continuas evocaciones incomprensibles, tan pasadas a fracaso y a lágrimas saladas.
La certeza absoluta de que es de otra (o de otro)
Entonces solo queda armarse de valor, cerrar los ojos, la boca y cualquier otro orificio funcional y gritar.
Porque ya no puedo seguir arrastrando peso muerto...
Curiosidades.
Negaciones.
Esperanzas.
Decepciones.
¿Terminaste?
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